domingo, 3 de enero de 2010

POR CIERTO...

...lo de Mercer nos viene a sacar del error de que la mayoría de las canciones que escuchamos están escritas por quien las interpreta. Hemos olvidado a los "escritores de canciones" como consecuencia de la irrupción de los cantautores en los años 60 -con Dylan a la cabeza-, la conversión en "marcas comerciales" de los binomios compositores al frente de las bandas de pop -lease Lennon/McCartney o Jagger/Richards- o, incluso, la apropiación pactada o indebida de la composición artística de otro en beneficio de la estrella -poned aquí los nombres que queráis...- En Francia, donde una buena letra vale una canción entera, existe aún hoy un reconocimiento público hacia estos letristas en la sombra. La muerte hace ahora apenas tres años de Pierre Delanöe fue reseñada por la prensa nacional como una gran pérdida para la "chanson". No en vano, su fructifera colaboración con Gilbert Bécaud dejó títulos planetarios como "Et maintenant" y su longevidad creativa le permitió trabajar con casi todas las generaciones de artistas franceses del siglo XX desde Édith Piaf a Dalida pasando por Aznavour, Halliday, France Gall y Juliette Greco.
No obstante, la musa de los existencialistas de Saint-Germain y novia efímera del gran Miles prefería a otros dos grandes escriotres de canciones: Gerard Bourgeois y Jean-Max Rivière, "irresistible tadem rubio (Bourgeois) y moreno (Rivière), guapos y grandes, asociación de impacto para damas sensibles y cantante en busca de buenas canciones". A ellos se debe una de ellas, que evoqué estas vacaciones navideñas con Astasio al hablar de Stephan Sanseverino y que erroneamente atribuí a Prévert -gran poeta, guionista y dramaturgo al que muchos cantantes franceses han tomado prestadas sus letras-: "Il suffirait de presque rien". Se trata de la historia de un maduro que se enamora de una jovencita y de cómo puede imaginar los comentarios maliciosos al respecto. Una delicia.

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